lunes, 18 de julio de 2011

Facundo Cabral...Maestro!


“Ernesto Sábato, hablando de Borges me dijo en el querido Buenos Aires, hay que desconfiar de los genios porque a veces se hacen los muertos” Facundo Cabral

Hoy no está Borges, ni Sábato, Benedetti, Mercedes Sosa, ni el propio Cabral. No están y a la vez siguen estando y miran desde fuera este túnel, este espejo puesto al revés en el que quedamos atrapados los que seguimos por estos predios y que ahora nos hacemos las peguntas de rigor, las que resurgen cada vez que arrancan de raíz la palabra de un poeta. ¿Por qué a Facundo? El que habla de paz, de primavera, de esperar a las ballenas en la Baja California, de sentarse frente al Cotopaxi principalmente en sábado…

Resulta pues, que las balas no leen poesía, ni quienes las detonan son de aquí, ni son de allá, son simplemente eslabones de la tenaz cadena del dolor, del compromiso firmado por el hombre de destruir las cosas que le halagan y empeñarse en las que le envilecen. Quien detonó las balas jamás escuchó el sonar de los ejes de aquella carreta del sur cargando versos proverbiales del trashumante juglar del río argento y del desierto vivo.

Muy epicúreo Cabral, quien en sí mismo es una invitación a los placeres reposados, al agasajo de las almas, al milagro de saborear una canción, tal como se prueba unos labios de mujer, como un paisaje pincelado en la palabra del cantor que él es, que son tantos y a la vez tan pocos. Cabral es un camino a la ataraxia. En su desmedro por la política habita una constante afirmación vital audible en el grito “es en vano que golpeen la puerta, estamos adentro” esa distancia por la política que también se puede ilustrar en esta alegoría “cuando un presidente le preguntó a mi madre, Sarah, qué puedo hacer por ti, ella se limitó a decirle, con que no me joda es suficiente” FC.

En Cabral se encuentran sin mayores complejos el vitalismo de Nietzsche y la palabra de los evangelios, el budismo de Borges y las estepas de Herman Hesse, tal vez por eso no faltó quien le llamara mitómano, yo prefiero llamarle cuentacuentos, un narrador de esas esquinas que son los teatros, por donde cada vez pasamos menos pues preferimos escondernos de las violencias diarias en tantas ciudades de la furia como la que dibujó Cerati, hoy hundido en su sueño de Odín a medio camino entre nosotros y Facundo.

“Nacemos para vivir, por eso el capital más importante que tenemos es el tiempo, es tan corto nuestro paso por este planeta que es una pésima idea no gozar cada paso y cada instante, con el favor de una mente que no tiene límites y un corazón que puede amar mucho más de lo que suponemos” F.C

Por sentencias como ésta, cuesta hablar de Facundo en clave de epitafio, ya lo dijo él, los genios juegan a morirse y así ocurre que de cuando en cuando nos vuelven a pasar por la mente a dejar una caricia de optimismo, el relato preciso, la copla justa y honda montada en aquella carreta cuyos ejes muy a propósito no quiso engrasar jamás, ya entendimos, no era por descuido, hoy sabemos que Facundo deseaba lo fuésemos oyendo venir, aun desde tan lejos…


Illich Sánchez