martes, 22 de noviembre de 2011

Acerca de Sofía y su mundo (Reflexiones sobre el Cine/Foro "El Mundo De Sofía" UPEL 18/11/11




Siempre he creído que la filosofía como la vida, parecen ambas una caja china, no más crees conocer algo y de inmediato ese algo abre una puerta hacia otra cosa, así pues, desandar un problema filosófico o de la cotidianidad, por serio que sea y por audaz que sea la respuesta que se consiga, inevitablemente nos sume en otro asunto, en otro problema, en otra nueva situación que nos reta a seguir explorando.


Si me exijo a mi mismo una metáfora que ilustre el cómo veo la filosofía, diría que es una de estas cajas chinas, de esas que guardan cajitas más y más pequeñas unas de las otras. O tal vez, la vida y el pensamiento actúen como una suerte de laberinto al revés, pues en vez de ser un lugar donde uno se va perdiendo cada vez más mientras más está dentro, sería uno en el que mientras más lo recorremos, más nos encontramos, más nos conocemos y a la vez nos asombramos por todo cuanto aprendemos.


Como dentro de una caja china de éstas que vengo mencionando encuentro a Sofía, el personaje principal del libro de Jostein Gaarder (1991) y del filme basado en dicha obra realizado por Erick Gustavson en 1997. Una chica a punto de cumplir sus 15 años, con los mismos rollos que podría tener una adolescente de casi todas partes, conflictos de identidad, de atención, emociones marcadas por su crecimiento, su familia. Una chama que asiste a un colegio, tiene amigos, intereses, cosas que le preocupan y otras que no le importan mucho. Así se nos va mostrando Sofía, tal como esos muchachos que están en tercero o cuarto año de bachillerato y que todos los días atendemos en los colegios. O quizás, por qué no, Sofía se parezca un poco a nosotros mismos cuando tuvimos esa edad.


Al principio, Sofía se hace preguntas, se interroga por cosas normales y corrientes, tal vez para estas preguntas sencillas de a diario, aparezcan también respuestas muy a la mano, de fácil manejo y comprensión, pero de pronto, aparece algo en ese buzón: Por cierto, un buzón muy simbólico, el cual parece haber sido puesto ahí por el autor muy a propósito para que recordemos que a veces la vida juega a mandarnos telegramas, señales difusas y que de cuando en cuando estamos lo suficientemente atentos para captarlas, aunque por lo general y por despistados, otras tantas veces les dejamos pasar sin percatarnos.


Esta vez, en el buzón de la casa de Sofía aparece una carta con la pregunta primera de la Filosofía ¿Quién soy yo?, luego, otra enorme pregunta estremece los sentidos de la joven, ¿De dónde viene el mundo? Y de ahí en más, a Sofía le seguirán llegando preguntas envueltas en sobres, para buscar respuestas en algún lugar de no sabe dónde, ni cuándo, ni por qué.


Es aquí donde puedo decir que Sofía pisa el laberinto, lo comienza a recorrer al tiempo que se recorre ella, se empieza a develar como saliendo de una tras otra cajita china, va transitando del mito al logos, de la fábula a la academia, de una pregunta hacia otra, de una respuesta a una nueva pregunta, de una época a otra y de un pensamiento hacia muchos nuevos y complejos modos de entender y lo que le acontece.



Con imágenes y diálogos que van intentando mostrar la trascendencia del pensamiento a través de la historia, la obra El Mundo de Sofía, va escudriñando, usando como vehículo, los ojos de esta adolescente, buena parte de los hitos fundamentales de la historia del pensamiento, desde presocráticos hasta modernos, pasando por la filosofía clásica, medieval, el humanismo renacentista, la ilustración, la modernidad.



Sofía se encuentra y vivencia las primeras formas que tuvieron las culturas de explicarse al mundo, conoce los mitos fundacionales y a los Jónicos que comenzaron a buscar un sentido empírico en torno a de dónde viene y cómo funciona el universo y de ahí en mucho más, asiste al juicio de Sócrates, se pierde en el viaje de unas aves por las que también se interroga, así cómo en su momento haría Da Vinci “¿Por qué vuelan las aves?” se pasea por un carnaval renacentista, escucha sobre Descartes y se cruza en las esquinas de ese laberinto que llamamos historia con pensadores que uno tras otro han marcado el devenir cultural de la humanidad a punta de hacerse preguntas y buscarles respuestas, tanto más imaginativas y profundas unas de las otras.


Mientras este viaje fantástico transcurre la vida de Sofía se mezcla con la de otras personas que le parecen a ratos reales y otras veces ficticias, transita entre las ideas de filósofos de todas las épocas, conoce sus vidas y se reencuentra con personajes de las fábulas que habitan en su mente desde su temprana infancia. Así pues, en ese bosque nórdico y penumbroso al que se fuga guiada por Alberto transfigurado perro, la joven roza con la mirada a los protagonistas de los cuentos de su niñez, que también son los personajes de las fábulas que nos contaron a todos. Sofía se enfrenta a elementos de una iconografía universalizada como ese búho que para tantos simboliza el saber, la sabiduría, su nombre mismo.


Todo esto la hace repetirse aquella pregunta una vez más ¿quién soy? Incluso, repregunta y exige una respuesta cuando encara a su maestro con la frase ¿contéstame Alberto, no somos reales?

Para al final, y como producto de ese auto conocerse, llegar a revelársele que ella misma es concepto, no materia, pues Sofía pertenece al mundo de las ideas que nos mostró Platón y por tanto es eterna, no transcurre, no envejece, no varía. Comprende entonces, no sin estupor, que todo su mundo es ese espejo líquido de la realidad en el que hundió sus dedos y que es al que se mira Hilde, su alter ego en la “vida real”, quien del otro lado se está haciendo las mismas preguntas que ella se ha formulado y que a fin de cuentas y de cuentos son las preguntas que nos tienen aquí en esta caja china, en este laberinto al que hemos querido nombrar Filo-Sofía.


“-Siento que hay alguien aquí
-tal vez Sofía y Alberto
-¿tú crees?
- los siento!”

El Mundo de Sofia (Sofies Verden)