viernes, 29 de enero de 2016

UN BUENDÍA, COMO HOY


“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía recordaba aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”
Gabriel García Márquez


¿En qué pensarías frente al pelotón de fusilamiento, si el problema no fuese que te van a fusilar?


Entiendo que en el orden de prioridades de un condenado al paredón, el hecho mismo de la muerte debe ser lo primero en que se piensa. Tal vez lo último en que se va a pensar, en realidad. Sin embargo, el Coronel Aureliano pensaba en hielo, en la tarde en que lo llevaron a conocer el hielo.


Extraño ¿no? Están a punto de acribillarte, de cruzarte de balas y se te ocurre pensar en la tarde que te llevaron a conocer el hielo. ¿En qué pensarías tú, años después, frente al pelotón de fusilamiento? ¿Cuál sería tu hielo,dado el caso?


Digamos que la referencia remite a un pasado suspendido, cuando te ocurrió algo extraordinario, tan maravilloso que incluso ahí, a punto de caer arrodillado y por una brevedad final ver tu cuerpo humeando por los hoyitos dejados por las balas, vas y lo piensas, le dedicas tus últimos minutos o segundos y haces que por ese instante no sea la muerte lo que importe porque es aquella remota tarde, o la noche en que te pasó algo que no debes olvidar, que vuelve y se  estaciona entre tus últimos respiros y las cosas que ya miras sin ver pues, ya no importan.


Y la muerte definitivamente no importa, se disipa de tu mente, le haces a un lado, la subviertes.


¿Por qué sería importante, la tarde remota en que tu padre te llevó a conocer el hielo? Uno abre la nevera y hay hielo en la hielera, es tan común que es redundante, hay hielo en los polos, uno lo sabe por los documentales y ve las focas y a los esquimales sobre él, hay hielo en un vaso de ron, sobre un ojo morado. El hielo es tan común que sería difícil pensar en él más que como algo sólido, blanco y muy frío. Útil, pero menos interesante que un helado, por nombrar algo frío.


El rollo con el hielo y el coronel, es un asunto relativo a las primeras cosas, a las primeras veces, a la sorpresa de un encuentro sin nada previo, entre algo y otro algo que jamás se habían mirado, rozado, sentido. En un Macondo decimonónico, donde las cosas eran tan antiguas o nuevas que había que señalarlas con el dedo a fin de ubicarlas. Las cosas no tenían nombre, si no lo tenían tal vez carecían de existencia, de ser.


Entonces, una tarde te plantas frente a un bloque pálido que despide frío y vapor; sólido como las piedras que parecían huevos de dinosaurios pero diferente, destilando agua, también helada. Y lo tocas, y te asustas porque quema, quema de frío, te habías quemado otras veces, más nunca había sido por el frío. Lo intentas nuevamente y permaneces unos segundos en contacto con el ignoto bloque y de pronto se te pegan los dedos a la superficie.


De no haber visto algo antes, de no haberlo visto jamás, de no haber tenido ningún tipo de experiencia previa, pudiésemos entender el que en su presencia primera quedaríamos absortos, boquiabiertos al punto de llevarnos aquel recuerdo hasta el paredón. Tal y como le ocurrió al coronel.


¿Cuál sería tu recuerdo al tener que enfrentarte al pelotón de fusilamiento? ¿Habría angulo? Hay algo tan, pero tan relevante en tu vida como para tener que recordarlo frente a tus asesinos sin rostro y al oficial que marcial ordena “preparen, apunten…”


¿Cuál sería mi hielo frente al paredón? ¿Qué tarde recordaré? ¿Cuál fue mi pensar primigenio, mi transición al logos, mi abandono del mito o mi regreso a él?


Al menos, luego uno se entera que el coronel no muere en el paredón, entonces tuvo más oportunidades de recordar aquella tarde remota...


Illich