En
la misma orilla, luego de la orgía derrochadora de diciembre, del “vamos pa’ la
cola a comprar lo que sea a menos de la mitad del precio”, después del
espejismo etílico de las fiestas navideñas, enero nos recibe como siempre lo
hace, con el tradicional “hangover”, peladera incluida. Vuelta a la realidad de
una sociedad demasiado fácil de engañar. Todos los años, la misma lloradera en
enero, el mismo choque con el colapso de los servicios, las punzadas de las
mandíbulas inflacionarias hincando sus colmillos a la altura de los bolsillos
de la gente y los subsecuentes “ayayays” de aquellos (creo que somos todos) que
tan solo semanas atrás, sentían la prepotencia del que tiene para comprar
estrenos, pernil, cohetes, hallacas y caña.
Este
año el despertar de la mega borrachera nos llegó con el golpe adicional del asesinato
a quemarropa de una Miss Venezuela y su marido, herida su pequeña hija. El
cuadro dantesco de la tragedia con todas sus piezas encajadas para que ésta
cale en lo profundo del imaginario colectivo. Sangre fría de malandros, saña y
odio social. Maldad pura. La misma que está repartida por todo el territorio y
que penetra con insoportable equidad en barrios y urbanizaciones, arremete en el
tráfico a conductores de autos nuevos, usados y antiguos, sin detenerse en
marcas, ni en apariencias. Una violencia que viaja a nuestro lado en el autobús,
mirándonos con su sed de odio, nos persigue hasta la puerta de todas nuestras
casas y que cuando logramos entrar, la conseguimos sentada en la sala
entornando la mira de sus armas con precisión maldita para dejarnos sin vida.
Nosotros,
los mismos que arrastramos con la carga de 3 millones de personas, tal vez más,
que dicen que no votan porque eso no resuelve nada, los que discutimos a diario
con quienes defienden a este régimen con salidas sencillas como “es que en
todos lados hay violencia”. Nosotros que mordemos todos los anzuelos que nos
lanza un gobierno que ya es el tercero más largo de nuestra historia como
nación (no sé si llamarnos nación o territorio anómico) Somos nosotros los que
todos los eneros repetimos las mismas excusas. La quejumbre de quienes se auto
condenan a repetir sus propios errores garrafales año tras año, casi al calco. Los
que nos conmovemos cuando el asesinato es solo un poco más llamativo que los
que nos ocurren todas las horas de todos los días.
Ayer,
07 de enero de 2014, día en el que amanecimos “enratonados” luego de la rumba
de Daka y de Macuto barato y de la “justicia” robinjudiana de un gobierno que
deja robar así como un “Jarl Vikingo” estimulaba el saqueo en sus huestes, para
crearse fama de benévolo y magnánimo. Ayer, todos volvimos a preguntarnos cual alcohólico
arrepentido “Qué he hecho!?” Obviamente, también como suele pasar con los
ebrios recurrentes, soslayaremos la vergüenza del país que tenemos diciendo “estábamos
borrachos y borracho no se vale” nos quejaremos un rato, vomitaremos la bilis
de nuestra indiferencia y volveremos a poner las espaldas para seguir llevando
latigazos.
Volveremos
a nuestras colas por harina, leche y gas; a preguntar por los remedios que no
se consiguen, a padecer por vivienda, transporte y calidad de vida. Siempre con
los sempiternos cañones de los asesinos hundiéndose en nuestras bocas
atragantadas de violencia social. Enterándonos por twitter lo que en los noticieros
se silencia, hasta que al twitter también lo silencien, escribiendo en facebook
el débil gemido de la impotencia y luego montando una foto que rece al pie “de
rumba con los panas”.
Miraremos
en cadena nacional a Nicolás Maduro preguntándose los porqués de tanta maldad. Por qué será
Nicolás que los malandros que tú contratas cada vez que hay elecciones para que
apaleen a la gente y les metan miedo, no se quedan tranquilos el resto del
tiempo, será que gracias a ti y tu gente se sienten (son!) impunes, dueños de la calle
y de la vida.
Así
irán transcurriéndolos días y los meses; casi sin darnos cuenta, volverá a ser
diciembre, volveremos a la rumba y al derroche, olvidaremos todo, volveremos a
la pirotecnia y al whisky, nos imbuiremos de la magia navideña que siempre nos
edulcora los pesares. Le daremos una vuelta más de esta ruleta rusa que
llamamos Venezuela.
Illich Sánchez.
Excelente radiografía de ese círculo vicioso que nos corroe con nuestra anuencia y beneplácito...
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