viernes, 28 de noviembre de 2014

DE MUROS, CAÍDAS Y DERRUMBES.

(Ponencia presentada en Foro sobre la caída del Muro de Berlín. 27/11/2014)    
                


I

¿Para qué sirven los muros? ¿Desde cuándo hacer muros ha sido una práctica humana? Tan humana como otras que solemos admirar tales como pintar cuadros, hacer música o buscar respuestas…

 ¿Desde el neolítico, probablemente, tiempo de las primeras aldeas, o desde las primigenias ciudades amuralladas, quizás? Babilonia, Assur, Troya, Jerusalén, Persépolis… Todas, ciudades que vivieron y murieron tras muros colosales, dividiendo a la gente en dos categorías, los propios y los extranjeros. Sirviendo para proteger a los de dentro, primero de leones, hienas y otros predadores, luego, resistiendo el asedio de arietes, catapultas y guerreros de ejércitos hostiles, soportando heladas, tormentas de arena; disipando peligros, protegiendo, o, ¿Atrapando?

Si los muros se remontan hasta la prehistoria, imaginemos que los primeros eran precarios, apenas un amontonar de rocas que aislaban un pequeño clan totémico de los peligros de la sabana o la selva. Luego, tal como se formaron las ciudades-estado, la tecnología de guerra generó el paso de la piedra y la madera, al bronce y luego al hierro, los muros usados como armas defensivas crecieron, se robustecieron a fin de procurar solidez, hacerse infranqueables, invencibles.

 No obstante, los muros también cayeron, los de Troya sucumbieron ante las huestes de un Agamenón eufórico, los de Babilonia se abrieron para dejar entrar a Alejandro, otros fueron enterrados por el tiempo, erosionados por el viento hasta convertirse en el polvo rojizo del pasado. El Muro de Adriano intentó inútilmente dividir la Bretaña romana de las tribus bretonas y celtas del norte, fue un capricho, un error táctico que le costó a Roma legiones enteras y no pudo detener las incursiones que luego tornaron en invasiones sangrientas y definitivas.



 II

 ¿Qué tipo de Muro era el de Berlín? una muralla protectora hecha para salvar la vida de los de adentro, o más bien, una enorme red de concreto tejida para pescar disidentes, para acorralar a millones dentro de un sistema constrictor de las más mínimas aspiraciones de cualquier individuo.

El Muro de Berlín no fue precisamente la verja que divida las casas de dos vecinos, el límite simbólico entre lo tuyo y lo mío, el cual si quisiéramos pudiésemos vulnerar, cruzar de un lado para el otro cuanta vez nos provocara sin que esto nos significase mayor cosa. El Muro, era el cerrojo que trancaba una cadena echada al cuello de aquellos que vivían al lado oriental de un mundo escindido luego del final de la Segunda Guerra Mundial, y cuya construcción en 1961 lo convirtió en el hito fundamental de la Guerra Fría.

A ambos lados del Muro, el espionaje en todas sus macabras formas hacía de la vida una constante zozobra. El cianuro se escurría hasta el fondo, tanto en copas de martini como en tarros de cerveza. Torturas, interrogatorios, comercio de información, todas las formas conocidas e inimaginables de la deslealtad, todas las manifestaciones posibles de la persecución. No obstante, algo ocurría para que los Berlineses del Este quisieran transponer el Muro, mientras que sus vecinos, otrora conciudadanos, ni siquiera imaginaran intentar el cruce allende la pétrea frontera.

Un poder constrictor, hemos dicho, un montón de ojos mirando, oídos escuchando, una vida viviéndose en y desde la sospecha, a punto de la traición, a centímetros de la temida delación, a segundos de un jergón eléctrico y de las preguntas circulares de los esbirros de Stasi (La Seguridad del Estado de la RDA)

Muy dura debió ser la vida al lado oriental de la pared, cuantificadas, aunque extraoficialmente 270 personas murieron intentando cruzar hasta Berlín occidental, incluidas 33 que fallecieron como consecuencia de la detonación de minas antipersonales, otros tantos fueron capturados, regresados y desaparecidos, al régimen de la RDA eso de escaparse le resultaba inaceptable.

¿Por qué querrían los germanos orientales cruzar el muro? ¿Por qué arriesgar la vida sorteando minas, alambre de púas, golpes, balas, perros entrenados para matar y soldados entrenados como si fueran perros? ¿Se trataba de simple curiosidad por lo desconocido? Escapar de la RDA, cruzar el muro, pudo tener que ver con el hecho de que aun y con el excesivo control de la información que ejercía el régimen comunista de la Alemania pro soviética, las personas lograban enterarse de la posibilidad de una vida menos violada al otro lado de la pared.

De igual manera, la vida al lado Este presentaba predicamentos más allá de la restricción de las libertades democráticas, la presión de un Estado Policial hipertrofiado y el constante asedio de vigilantes, soplones y funcionarios de la burocracia, traficantes de favores y de influencias, sobre personas que terminaban siendo sospechosas de todo, culpables de cualquier cosa. Al lado oriental también había hambre, escasez, carestía y por supuesto, como es ya fórmula conocida en todos estos regímenes, la más desfachatada negación de todo lo antes citado por parte de las autoridades del Estado.

En tiempos de la Perestroika, la ruina económica, el aislamiento y las presiones internas y externas eran ingentes arietes colisionando contra del Muro. Aun cuando del lado Este todo parecía estar en calma, el nivel de descontento, el latente odio hacia el Estado Policial de la RDA se acrecentaba, los intentos de fuga aumentaban, la propaganda occidental permeaba los controles de información. En fin, el Muro se agrietaba en sus cimientos, se resentía en sus bases, aun cuando siguiera pareciendo incólume.

Finalmente en Noviembre de 1989 se derrumba la Pared, mejor dicho, la gente lo tumba, lo abate. Habían transcurrido 28 años luego de haber sido erigido, ahora dos muchedumbres se hacían una sola con mazos, banderas, cinceles, pancartas, altavoces, abrazos, encuentros y reencuentros. Por fin, intentar cruzar no le significaba la muerte a quien lo aventurase.

El Muro de Berlín comenzaba su desintegración así como se desintegraría la Unión Soviética, el Muro enfrentó su destino y se hizo polvo rojizo del pasado.



III


La caída del Muro de Berlín, el entusiasmo por la reunificación de Alemania, la libertad y la vergüenza por años de sometimiento de la población oriental, hicieron pensar a muchos que el tiempo de las fronteras clausuradas había culminado. Con la caída de la Cortina de Hierro, Occidente proclamó el comienzo de una nueva era de paz. ¡Ilusos!

Quienes creyeron en esto se vieron sorprendidos tan solo un año después cuando Saddam Hussein, otrora aliado de Estados Unidos, invadía Kuwait y desencadenaba la Guerra del Golfo Pérsico. Ahora el enemigo no era el Imperio del Mal como Reagan llamó a la Unión Soviética, ya el enemigo no era el comunismo, ahora se trataba de un enemigo venido del Medio Oriente. Infieles, como la familia Bush decidió llamarlos dentro de su retórica de regreso a Las Cruzadas.

El Muro de Berlín había caído y el mundo seguía irrefrenable en su eterna lógica de guerras y de muertes.

Actualmente hay 14 muros en el mundo. Por nombrar algunos, el de Cisjordania atrapa al pueblo palestino, lo confina a la Franja. En la frontera México-Estadounidense otro muro en vano intenta impedir la migración al norte. Corea, son dos Coreas a partir de los años cincuenta. Un muro se alza entre India y Pakistán. Hay favelas en Brasil y barrios en República Dominicana donde paredes kilométricas ubican a los de aquí y los apartan de los de allá. Unos cuantos “Muros de la Vergüenza” han sido erigidos para que pase el Papa o el presidente, o para que no dañen la vista de los que pagan por mirar solo la mitad del paisaje. Y no hablemos de los muros invisibles, de los simbólicos, los que nos atrapan en el lado exterior de la muralla con la que el poder decide quién vale y quiénes no.

A fin de cuentas, nos hemos pasado la historia haciendo muros, los muros nos han protegido, apresado y dividido. También hemos pasado buen tiempo cincelándolos, grafiteando en ellos, saltándolos, excavando bajo sus cimientos, derribando y resistiéndolos. A muchos les ha dado por ser ingenieros de la división, pero éstos siempre han encontrado quienes se niegan a ser como dice la famosa canción de Pink Floyd “Otro ladrillo en la pared”



Illich.

jueves, 27 de noviembre de 2014

ESA PEQUEÑA CURIOSIDAD

Alguna vez has mirado el cielo nocturno y abrumado por una belleza que pareció siempre estar ahí, te preguntaste, cuándo, cómo y por qué empezó todo... 

Seguramente te confortó la certeza de que todo comenzó por obra de la deidad en la que siempre has creído. Pero, tal vez una pequeña curiosidad comenzó a crecer en ti, a provocarte más preguntas sobre el universo, sobre la vida, la muerte, sobre cómo convivimos, sobre ti mismo.Esa pequeña curiosidad es ancestral, y ha luchado por crecer en las mentes de hombres y mujeres desde tiempos muy remotos.

Desde que las explicaciones teológicas comenzaron a quedarse cortas, a no alcanzar, a no satisfacer del todo. También desde que el conocimiento práctico revelaba nuevas formas, empleos,  versatilidad.

Pensar se convirtió en una necesidad diaria pero a su vez, en un atentado contra lo establecido, se hizo peligroso pero también, inevitable. La pequeña curiosidad habitó en Heráclito, en Platón, inspiró a Aristóteles, a Hipatia, a Copérnico, a Nietzsche, a Steve Jobs y a tantos otros. En mala hora llevó a Sócrates a enfrentar una taza de veneno. 

Pensar se hizo peligroso, también maravilloso pues esa pequeña curiosidad vive en el arte, en la ciencia, en la búsqueda de un niño que pasa del gateo a su primer andar, errático y en medio de caídas que luego, algún día serán pasos de astronauta. 

Esa pequeña curiosidad vive en ti, es la chispa que entre otras cosas puede desencadenar el pensamiento, la filosofía, pues antes de todo, antes de ser una disciplina consolidada, una materia que aburre a muchos y encanta a otros (a menos, claro) La Filosofía comenzó siendo, no más que una pequeña curiosidad. 


Illich