viernes, 4 de octubre de 2019

ANGEOLOGÍA URBANA



Un ángel asmático se posa sobre una de las torres de El Silencio, requiere calmar sus espasmos bronquiales, recuperar el ritmo de su respiración, la polución no ayuda. Un pájaro oscuro con ojos amarillos, furioso e impertinente se afana en atacarlo, se bate en picada sobre el ángel, le aguijonea los hombros, va y vuelve aunque lo espante y así por tal vez veinte minutos hasta que trabajosamente el ángel emprende vuelo para posarse en la torre contigua, dejará al pájaro obtener su victoria y se quitará ese fastidio de encima.

Le duelen la base de las alas de tanto toser, desde su nueva posición tiene una mejor mirada de la calle y sus transeúntes, los ve ir y venir a sus múltiples destinos, casi todos apurados mas algunos, caminan a paso taciturno, como buscando algo entre la multitud, como al acecho; son carteristas y les ve ejercitar sus destrezas en el morral que una universitaria lleva a la espalda. Mientras uno se arrima a la joven y tropieza su cuerpo el otro corta el morral Adidas con una hojilla y extrae un pequeño monedero de Snoopy, dentro hay 8500 Bs., 6 tickets de metro y 4 dólares.

El ángel quisiera sinceramente intervenir pero decide no hacerlo, aun respira trabajosamente, de volar lo que más le cuesta es el despegue y sabe que, después de una intervención como la que debería hacer, puede fácilmente quedar atrapado en medio de una acera rodeado por gente y sin poder alzar vuelo de nuevo a las alturas. Entonces mejor, mira hacia otro lado.

Una madre lleva de la mano a un niño pequeñito, como de primer grado, éste con un morral acuestas, casi ni puede con el peso, es un morral tricolor, atestado de cosas, entre ellas, dos cuadernos, una arepa envuelta entre una bolsa de papel y dos de plástico,  una cartuchera con 12 creyones, un mono deportivo, un tiranosaurio rex al que le faltaba una pata delantera, detalle sin importancia porque éstas son mínimas, casi inútiles, dos franelas, una blanca y otra de Cars, un par de medias, un interior ovejita azul claro. Van apurados, como si se les hiciera tarde.

El ángel pensó en ese momento que para él era imposible llevar ningún morral, ni el ultrajado de la universitaria, ni el tricolor del niño con todo su contenido. Una desventaja de tener alas, se dijo y sonrió. Era la primera vez en mucho rato en que algo le causaba gracia. Una de las cosas más terribles de las afecciones respiratorias es que el acto de respirar se muda del inconsciente y va a instalarse entre las cosas que dependen de la voluntad. Respirar es algo en lo que poco se piensa, a menos que tengas que pensar en hacerlo. Recuperarse del ahogo supone que la respiración vuelva a deslizarse hasta el inconsciente, deje de ser un acto volitivo y se vuelva automático de nuevo.

Ya volvía a respirar sin tener que pensar en hacerlo, por eso, la absurda reflexión sobre tener una espalda libre de alas para poder cargar con un morral, por eso la sonrisa, y mientras, la madre y el niño se habían perdido entre la muchedumbre. Se aferró a la cornisa y extendió las alas, se estiró así como hacen los mortales cuando se paran de la cama y se desperezan, las alas se abrieron a toda su extensión, aproximadamente 4,5 metros entre ambas. Una vez se midió con un cóndor y aquella ave, orgullosa y ancestral de la altiplanicie andina se sintió apabullada. La verdad era que el ángel gozaba de unas alas impecables, de no ser por el asma seguramente viajaría más, y más seguido.

Antes de despegar las alas se encogieron, se plegaron sobre sí mismas, el ángel se acuclilló, los músculos de sus piernas se tensaron al máximo, luego, como un resorte, se impulsó levantando todo el polvo de la azotea, el primer aletazo lo dio a cinco metros de altura donde lo había llevado el salto, así ganó más impulso y luego se horizontalizó un tanto, digamos que iba oblicuo y ascendente en relación al ya cada vez más lejano suelo, ayudado por un viento frío y seco que ascendía desde atrás, no le fue necesario batir mucho sus alas inmensas, así no más se fue.



Illich