Un ángel asmático se posa sobre una de las torres de
El Silencio, requiere calmar sus espasmos bronquiales, recuperar el ritmo de su
respiración, la polución no ayuda. Un pájaro oscuro con ojos amarillos, furioso
e impertinente se afana en atacarlo, se bate en picada sobre el ángel, le aguijonea
los hombros, va y vuelve aunque lo espante y así por tal vez veinte minutos hasta
que trabajosamente el ángel emprende vuelo para posarse en la torre contigua, dejará
al pájaro obtener su victoria y se quitará ese fastidio de encima.
Le duelen la base de las alas de tanto toser, desde
su nueva posición tiene una mejor mirada de la calle y sus transeúntes, los ve
ir y venir a sus múltiples destinos, casi todos apurados mas algunos, caminan a
paso taciturno, como buscando algo entre la multitud, como al acecho; son
carteristas y les ve ejercitar sus destrezas en el morral que una universitaria
lleva a la espalda. Mientras uno se arrima a la joven y tropieza su cuerpo el
otro corta el morral Adidas con una hojilla y extrae un pequeño monedero de
Snoopy, dentro hay 8500 Bs., 6 tickets de metro y 4 dólares.
El ángel quisiera sinceramente intervenir pero decide
no hacerlo, aun respira trabajosamente, de volar lo que más le cuesta es el
despegue y sabe que, después de una intervención como la que debería hacer, puede
fácilmente quedar atrapado en medio de una acera rodeado por gente y sin poder
alzar vuelo de nuevo a las alturas. Entonces mejor, mira hacia otro lado.
Una madre lleva de la mano a un niño pequeñito, como de primer grado, éste con un morral acuestas, casi ni puede con el peso, es un morral tricolor, atestado de cosas, entre ellas, dos cuadernos, una arepa envuelta entre una bolsa de papel y dos de plástico, una cartuchera con 12 creyones, un mono deportivo, un tiranosaurio rex al que le faltaba una pata delantera, detalle sin importancia porque éstas son mínimas, casi inútiles, dos franelas, una blanca y otra de Cars, un par de medias, un interior ovejita azul claro. Van apurados, como si se les hiciera tarde.
Una madre lleva de la mano a un niño pequeñito, como de primer grado, éste con un morral acuestas, casi ni puede con el peso, es un morral tricolor, atestado de cosas, entre ellas, dos cuadernos, una arepa envuelta entre una bolsa de papel y dos de plástico, una cartuchera con 12 creyones, un mono deportivo, un tiranosaurio rex al que le faltaba una pata delantera, detalle sin importancia porque éstas son mínimas, casi inútiles, dos franelas, una blanca y otra de Cars, un par de medias, un interior ovejita azul claro. Van apurados, como si se les hiciera tarde.
El ángel pensó en ese momento que para él era
imposible llevar ningún morral, ni el ultrajado de la universitaria, ni el
tricolor del niño con todo su contenido. Una desventaja de tener alas, se dijo y
sonrió. Era la primera vez en mucho rato en que algo le causaba gracia. Una de
las cosas más terribles de las afecciones respiratorias es que el acto de
respirar se muda del inconsciente y va a instalarse entre las cosas que dependen
de la voluntad. Respirar es algo en lo que poco se piensa, a menos que tengas
que pensar en hacerlo. Recuperarse del ahogo supone que la respiración vuelva a
deslizarse hasta el inconsciente, deje de ser un acto volitivo y se vuelva automático
de nuevo.
Ya volvía a respirar sin tener que pensar en
hacerlo, por eso, la absurda reflexión sobre tener una espalda libre de alas
para poder cargar con un morral, por eso la sonrisa, y mientras, la madre y el
niño se habían perdido entre la muchedumbre. Se aferró a la cornisa y extendió
las alas, se estiró así como hacen los mortales cuando se paran de la cama y se
desperezan, las alas se abrieron a toda su extensión, aproximadamente 4,5
metros entre ambas. Una vez se midió con un cóndor y aquella ave, orgullosa y
ancestral de la altiplanicie andina se sintió apabullada. La verdad era que el
ángel gozaba de unas alas impecables, de no ser por el asma seguramente
viajaría más, y más seguido.
Antes de despegar las alas se encogieron, se
plegaron sobre sí mismas, el ángel se acuclilló, los músculos de sus piernas se
tensaron al máximo, luego, como un resorte, se impulsó levantando todo el polvo de
la azotea, el primer aletazo lo dio a cinco metros de altura donde lo había
llevado el salto, así ganó más impulso y luego se horizontalizó un tanto,
digamos que iba oblicuo y ascendente en relación al ya cada vez más lejano suelo, ayudado por un
viento frío y seco que ascendía desde atrás, no le fue necesario batir mucho sus alas inmensas, así no más se fue.
Illich
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