Los ojos de la señora no me muestran rabia, no enseñan el hartazgo porque a las seis décadas que delata su rostro ella tenga que estar haciendo una cola para adquirir comida o medicinas.
Los ojos de la señora me enseñan un abatimiento extraño, como el de un esclavo que vuelve de la plantación, cansado y dispuesto a que nada pase, nada que provoque las iras del látigo; un abatimiento extraño que solo conocía por películas o libros. Es como una rendición antepasada, como un deambular sin ganas de que nada cambie siquiera un ápice,porque todo es como está y no puede ser de ninguna otra manera.
Los ojos de la señora ya no exigen, ellos piden, claman y se conforman. Ojos que han probado la violencia, vieron la muerte al salir a la puerta, vieron a la víctima tirada y al matón buscarle la mirada para decirle “He sido yo, y qué!”
Intento palabras de queja, y me mira sin verme, un vacío me traspasa, ella no fija sus ojos en nada, solo deja que la cola avance, lenta y cuasi universal, mientras se seca el sudor de las sienes y cambia la postura, se lleva un brazo a la cadera, en la otra extremidad, una bolsa con lo que parece algo que yo necesito, pero aun no descifro qué será…
Los ojos de la señora de la cola, han de parecerse tanto a los míos, a los de mi madre, a los de mis hermanos, a los de mis conocidos,amigos y enemigos.
¿Nos han implantado ojos domesticados a todos? ¿Nos han sembrado en la mirada de una resignación litúrgica? Nos han convertido en figuras de una arcilla seca y quebradiza, sin mayor expectativa que el hacernos polvo,dotados de una ligereza que nos lleva y nos traslada de un lugar a otro, de una anarquía a la próxima anarquía, movidos entre caprichos e intereses de aquellos que soplan en todas direcciones y con destino de ninguna parte.
Illich.
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