miércoles, 22 de julio de 2015

NOCTURNALES


Hay horas en las que las letras se destilan por la yema de los dedos, nadie las controla, las ideas se tambalean, se abrazan y caen al suelo, tumbadas como dos amantes embriagados en un lecho de papel que se va arrugando por el rodar de unas metáforas corpóreas en estampida. Caos del que nacen algunos monstruos los cuales rápido corren a ocultarse tras las esquinas de algún sueño.


Imágenes anónimas y sin título de propiedad, arquetipos difusos sin paternidades conocidas se mezclan con el olor de la noche, se aderezan de lágrimas y medias sonrisas, se untan en un cuello tenso tragando gemidos a medio masticar.


Gotas salobres se escurren y no llegan al suelo, ni a ningún lugar; filtradas por las comisuras de un cíclope esquizofrénico. Lágrimas de un solo ojo, un disimulo intenso te mira sin poder voltear hacia otra parte, una obligación que solo te puede ver de frente, una fiebre a cuarenta negando  ser sudada, un bagazo de gente habitando la chatarra de cualquier ciudad.


¿Y los puentes? no hay puentes allá donde no hay ríos o lagos, tú no ves puentes, solo miras pasillos vacíos y agujeros de fuga, por los que van a morir los indigentes con sus vidas aplastadas en los sacos de sus espaldas, con sus perros plagados de costillas lamiendo el sucio de sus pies volteados.


Hay horas en que los apostadores quieren descansar; entonces rezan y se arrepienten, y juran por todas las vírgenes que matarán al próximo en atreverse a lanzar los dados. Se les ve perseguir a los irredentos con la ferocidad de los recién conversos, con la convicción de que solo son capaces los más ignorantes, con el fervor del último inscrito en el partido. Dan inicio a la cacería, al acecho a la matanza de cíclopes en la que suelen morir unos y otros. También mueren los que cazan.


En fin, un cíclope es un apostador derrotado, un puente en desuso, un humano sentado en un circo frente a la tribuna. Es quien, a medio ver se entera tardío que él es el espectáculo de la noche. Es quien medio respira y traga entero entre jadeos los bocados de la decepción,  el canapé de su deshonra sin tiempo, el dejavu de la emboscada que lo asalta una y mil veces para tirarlo encadenado a las celdas de todos tus temores.




Illich.

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