Incendio de autobuses UPEL 11/05/2014.10.30pm
Una
cosa es la prudencia, otra muy distinta, la indolencia.
Hoy
se cumplen tres meses del inicio de los hechos que terminaron de desenmascarar
el talante totalitario y criminal régimen que rige a Venezuela, aunque habría
que ser tan desmemoriado como lo somos para no haberse dado cuenta hace mucho
rato y muchos muertos de que éste es un gobierno delincuente que viene
menoscabando los derechos civiles desde su propio ascenso al poder.
Muy
ciego hay que ser o hacérselo, para continuar ignorando la degradación que ha
sufrido nuestra sociedad en 15 años de amenazas y ataques sistemáticos a todos
los renglones que conforman nuestra vida pública y privada. Se nos ha hecho
vivir en constante acostumbramiento a la delincuencia, a que mande el hampa; la
común, la que usa chapa, la organizada, la que asesina, el hampa funcionaria que
cobra su vacuna para inscribir a un ciudadano en una lista donde se le asigne
el derecho a la vivienda, a los servicios y a la vida.
Vivimos
en colas, se va la luz, el agua llega sucia, contaminada, llega a ratos.
Nuestras preocupaciones pasan por perseguir productos allá donde éstos aparecen,
disputar paquetes de comida con personas que como nosotros han sido llevadas a
la más primitiva de las aspiraciones de una especie, la sobrevivencia.
Hace
tres meses este gobierno nos salió a matar, a torturar, a perseguir. Hace tres meses nos vinimos a dar cuenta de lo que
hacían cuando cerraban emisoras de radio, negaban el dinero para que los
periódicos adquiriesen el papel, expropiaban canales de televisión, clausuraban
y compraban otros. Ellos creaban la oscuridad y con ella nos sumían en la
ceguera informativa para que nada fuese noticia y todo fuese rumor. Una ceguera roja de sangre y de propaganda,
unos medios donde las recetas de cocina sustituyen a la transmisión en vivo y
directo de los desmanes que se sienten en la carne viva.
Los
derechos humanos que creíamos tener los vienen haciendo pedazos con sus botas
infames, arrasando con sus motos productoras de miedo, a tiros en la frente de
jóvenes, niños, mujeres y ancianos. Aun así, queda quien piensa que si no se
mete en nada estará seguro, sobran quienes creen que lo que nos ocurre a todos
los excluye porque a ellos los cubre el manto sagrado de la indiferencia.
Anoche
los mismos que nos asesinaron más de cuarenta hermanos entraron y quemaron dos
autobuses en la UPEL, la semana pasada también derramaron las llamas sobre la universidad
Fermín Toro, atacaron la UCAB, la UCV es asolada a diario al igual que la ULA,
LUZ, la Carabobo y tantas más. ¿A donde va un país cuyo gobierno manda quemar
las UNIVERSIDADES? Sin duda, ese país va de la tiniebla a la oscuridad total.
La
iniquidad de quienes ejecutan esas órdenes no alcanza siquiera las orillas de
fango pestilente que habita las mentes de quienes las planean, las pagan, las
sincronizan. Imagino a Nicolás Maduro y su consorcio de malandros millonarios, chocando
las palmas y felicitándose como si anotaran un gol cada vez que una universidad
arde en llamas. Aun no reúno los argumentos mínimos para convencerme de que
algo positivo podía extraerse de haberse sentado a dialogar con estas personas.
Si acaso hubiese mermado su violencia, si no nos hubiesen echado encima la
prohibición exprés de la protesta, donde el TSJ volvió a lucir sus artes de
legalizador de los atropellos.
Hoy,
a tres meses del comienzo de la vil masacre de nuestra juventud, aun hay quien
a lo perverso le quiere llamar irregular, a la ignominia le quiere decir
malentendido y a la sádica brutalidad prefiere llamarla “socialismo”
Illich
Sánchez
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