lunes, 9 de junio de 2014

La Rebelión de Willkinson.


 
 
 

Diez años atrás el señor Willkinson Ramón Pérez había enviado su enconada carta dirigida a la Real Academia de la Lengua y a quien pudiera interesar. En ésta, el señor Willkinson expresaba su disgusto por la manera como, aseguraba él, erróneamente se aceptaba la conjugación del verbo Ser en la tercera persona del pasado.
Todo comenzó porque el señor Willkinson Ramón Pérez estaba harto de que el sujeto del kiosco de periódicos le corrigiera consecutivamente y con la mayor de las pedanterías cada vez que él decía “íbanos” o “estábanos” A Willkinson le enardecía la petulancia y auto celebrada complacencia con la que el dependiente del kiosco le recriminaba su supuesta ignorancia, diciéndole; Amigo, no se dice íbanos, se dice íbamos. Para luego esbozar una sonrisita burlona y desubicada, que de paso era lo que más le indignaba de la situación.
Por necesidad pura, el señor Willkinson debía volver siempre al kiosco. Era uno de esos pequeños negocios donde se vende casi de todo, desde diarios y revistas, hasta bombillos y velas para cuando se va la luz, últimamente hasta vendían café, leche descremada y queso. El kiosco quedaba a media cuadra de la casa del señor Willknson y los próximos negocios, el abasto de los chinos y la quincalla del portugués, estaban allende seis o siete calles y debía tomarse un autobús para llegar.
Por todo eso y pese a haber pasado varias veces frente al kiosco con actitud circunspecta y sin saludar, el señor Willkinson había tenido que rendir su orgullo y volver donde el petulante Kiosquero.
La carta decía entre otras cosas que él escuchaba en la calle a mucha gente diciendo “íbanos y veníanos” que en el barrio todo el mundo hablaba así, pero también lo había escuchado en la radio y visto escrito en la prensa, de hecho, la vez que leyó un “íbanos” en la prensa lo marcó con resaltador y se lo espetó por la cara al kiosquero, incluso guardó la página y la enviaba adjunta como prueba irrefutable de sus argumentos. Otras pruebas que enviaba era un video en el que un ministro decía “íbanos” y la grabación de las clases de sus cinco hijos donde desde la maestra de 2do grado hasta la de 6to repetían constantemente “íbanos” “veníanos” y hasta decían “los vamos” cuando era hora de terminar la clase.
Nunca le respondieron en diez años y aunque el testarudo kiosquero seguía queriéndolo corregir, el señor Willkinson Ramón Pérez seguía escuchando a más y más gente diciendo “íbanos” Por tanto seguía porfiando y mascullando su rabia entre dientes cada vez que recordaba que la institución encargada del idioma lo habría ignorado.

Todo cambió cuando la carta llegó a manos del secretario del presidente, alguien la había encontrado y pensó que ésta sería una buena manera de enfrentar el poder y la dominación de las potencias extranjeras, que el reclamo del señor Willkinson Pérez era un genuino grito popular que expresaba un clamor libertario a favor del derecho que todos deberían tener por decir las cosas como quisieran. Le llevaron la carta al presidente, se la leyeron y éste, de forma expedita hizo buscar al señor Wilkinson Ramón Pérez, para en Cadena Nacional condecorarlo con la recientemente creada Orden de la Libertad de Hablar Como Sea en su Primera Clase.
En el acto, frente a un orgulloso señor Willkinson el presidente reivindicó el derecho del pueblo a hablar como le dé la gana, amenazó a la Real Academia con quemar los diccionarios y anunció la creación del Banco del Poder Popular para las Palabras Liberadoras, el cual quedó bajo las órdenes del ministro de Petróleo, Deportes y Otras Cosas. Asimismo el mandatario mandó a expropiar el kiosco y ordenó una averiguación penal al kiosquero, porque “las ofensas proferidas al señor Willkinson Pérez durante años no podían quedar impunes”

Al llegar a su casa, el señor Willkinson Ramón Pérez dejó la medalla sobre la mesa, abrió la nevera y vio que no había leche, entonces hurgó en sus bolsillos y consiguió tres billetes, salió a tomar autobús para ir al abasto y al pasar frente al kiosco clausurado sonrió, no con la misma maléfica sonrisa del kiosquero, sino con la sonrisa pulcra y correcta de la justicia popular.

Illich.

 

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