Diez
años atrás el señor Willkinson Ramón Pérez había enviado su enconada carta
dirigida a la Real Academia de la Lengua y a quien pudiera interesar. En ésta,
el señor Willkinson expresaba su disgusto por la manera como, aseguraba él, erróneamente
se aceptaba la conjugación del verbo Ser en la tercera persona del pasado.
Todo
comenzó porque el señor Willkinson Ramón Pérez estaba harto de que el sujeto
del kiosco de periódicos le corrigiera consecutivamente y con la mayor de las
pedanterías cada vez que él decía “íbanos” o “estábanos” A Willkinson le
enardecía la petulancia y auto celebrada complacencia con la que el dependiente
del kiosco le recriminaba su supuesta ignorancia, diciéndole; Amigo, no se dice
íbanos, se dice íbamos. Para luego esbozar una sonrisita burlona y desubicada,
que de paso era lo que más le indignaba de la situación.
Por
necesidad pura, el señor Willkinson debía volver siempre al kiosco. Era uno de
esos pequeños negocios donde se vende casi de todo, desde diarios y revistas,
hasta bombillos y velas para cuando se va la luz, últimamente hasta vendían café,
leche descremada y queso. El kiosco quedaba a media cuadra de la casa del señor
Willknson y los próximos negocios, el abasto de los chinos y la quincalla del
portugués, estaban allende seis o siete calles y debía tomarse un autobús para
llegar.
Por
todo eso y pese a haber pasado varias veces frente al kiosco con actitud
circunspecta y sin saludar, el señor Willkinson había tenido que rendir su
orgullo y volver donde el petulante Kiosquero.
La
carta decía entre otras cosas que él escuchaba en la calle a mucha gente diciendo
“íbanos y veníanos” que en el barrio todo el mundo hablaba así, pero también lo
había escuchado en la radio y visto escrito en la prensa, de hecho, la vez que
leyó un “íbanos” en la prensa lo marcó con resaltador y se lo espetó por la
cara al kiosquero, incluso guardó la página y la enviaba adjunta como prueba
irrefutable de sus argumentos. Otras pruebas que enviaba era un video en el que
un ministro decía “íbanos” y la grabación de las clases de sus cinco hijos
donde desde la maestra de 2do grado hasta la de 6to repetían constantemente “íbanos”
“veníanos” y hasta decían “los vamos” cuando era hora de terminar la clase.
Nunca
le respondieron en diez años y aunque el testarudo kiosquero seguía queriéndolo
corregir, el señor Willkinson Ramón Pérez seguía escuchando a más y más gente
diciendo “íbanos” Por tanto seguía porfiando y mascullando su rabia entre
dientes cada vez que recordaba que la institución encargada del idioma lo
habría ignorado.
Todo
cambió cuando la carta llegó a manos del secretario del presidente, alguien la
había encontrado y pensó que ésta sería una buena manera de enfrentar el poder
y la dominación de las potencias extranjeras, que el reclamo del señor
Willkinson Pérez era un genuino grito popular que expresaba un clamor
libertario a favor del derecho que todos deberían tener por decir las cosas
como quisieran. Le llevaron la carta al presidente, se la leyeron y éste, de
forma expedita hizo buscar al señor Wilkinson Ramón Pérez, para en Cadena Nacional
condecorarlo con la recientemente creada Orden de la Libertad de Hablar Como
Sea en su Primera Clase.
En
el acto, frente a un orgulloso señor Willkinson el presidente reivindicó el
derecho del pueblo a hablar como le dé la gana, amenazó a la Real Academia con
quemar los diccionarios y anunció la creación del Banco del Poder Popular para
las Palabras Liberadoras, el cual quedó bajo las órdenes del ministro de
Petróleo, Deportes y Otras Cosas. Asimismo el mandatario mandó a expropiar el
kiosco y ordenó una averiguación penal al kiosquero, porque “las ofensas
proferidas al señor Willkinson Pérez durante años no podían quedar impunes”Al llegar a su casa, el señor Willkinson Ramón Pérez dejó la medalla sobre la mesa, abrió la nevera y vio que no había leche, entonces hurgó en sus bolsillos y consiguió tres billetes, salió a tomar autobús para ir al abasto y al pasar frente al kiosco clausurado sonrió, no con la misma maléfica sonrisa del kiosquero, sino con la sonrisa pulcra y correcta de la justicia popular.
Illich.
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