jueves, 19 de noviembre de 2015

XENOFOBIA EN EL MUNDO DE HOY

                                   .

Por Illich Sánchez


Ponencia presentada en el foro Matices y Semblanzas de la Postmodernidad,
en el marco del Día Mundial de la Filosofía
UPEL-19/11/2015



Hoy obedecemos mucho más a la expulsión 
y a repulsión que a la pulsión propiamente dicha.

Jean Baudrillard.


A comienzos del mes de septiembre de este año (2015) se hizo viral un vídeo de quien, después se supo, era una fotógrafa húngara. La mujer en cuestión lleva por nombre Petra Laszlo, se le veía dando de zancadillas a una niña para derribarla, el incidente se vivió en un paso fronterizo entre su país y Serbia.

En el vídeo se le observaba claramente dando de patadas a niños pertenecientes a un grupo de refugiados sirios los cuales pretendían utilizar un corredor entre la frontera serbo-húngara para seguir su camino hasta algún país que les diera asilo luego de haber trasegado una peligrosa ruta marítima, la misma que vio morir a tantos en las costas de Grecia y Turquía, y que dejó para la vergüenza mundial imágenes como la de aquel bebé muerto, casi como acurrucado en la orilla, luego que la chalupa en la que él y sus padres escaparan del horror de la guerra, colapsara.

Estas páginas no están dedicadas a Petra Laszlo, pero la escena en la que patea y da zancadillas a aquellos refugiados es en esencia el telón de fondo de esta disertación acerca de la xenofobia, vista como fenómeno y manifestación latente dentro de esta contemporaneidad a la que podemos llamar, para salir de apuros, era postmoderna.


¿Dónde estamos?

Según Martín Hopenhayn

El  discurso de la modernidad y el desarrollo lograron generar un orden y un imaginario centrado en conceptos como los de Estado-Nación, territorio e identidad nacional. Hoy estos conceptos se ven minados por afuera y por debajo: de una parte la globalización económica y cultural borra las fronteras nacionales y las identidades asociadas a ellas, mientras la diferenciación sociocultural cobra más visibilidad y voz dentro de las propias sociedades nacionales.

Cuando me corresponde abordar el tema de la Postmodernidad en mis clases de filosofía o sociología, suelo presentarla en dos perspectivas (no es que no haya otras) una, la que supone el tiempo que sucede a la crisis de los valores propios de la modernidad (la razón, el nacionalismo, el sujeto, la ideología, etc.) La segunda, propende hacia la problematización de esa primera visión, es decir: la crisis de los valores icónicos del herraje epistemológico y ético de la modernidad dio a luz un discurso que invitaba a la superación de estos dispositivos de verdad (repito, la razón, el nacionalismo, el sujeto…) “La muerte del sujeto” “la muerte de la escuela” eran proclamas comunes en los textos de autores como Lyotard, Baudrillard, Lipovetsky entre otros. Bien, este discurso también va a entrar en crisis.

Por qué se problematiza esa visión que nos emancipaba de los anclajes de la sociedad moderna. Pues por algo que algunos nos preguntábamos allá a finales de los años noventa, ¿y después de todas esas muertes, qué? Es entonces donde el propio discurso postmoderno se rehace, se re/enuncia, se re-ubica en un punto donde se comienza a leer y escuchar autores hablando de una modernidad híbrida, tal como lo hace Baumann con su concepto de Modernidad Líquida, o  Vattimo quien en el plano ético/político plantea no el abandono de la Identidad, no su muerte sino la reestructuración de dichas identidades en torno a intereses más cercanos y mediatos a los individuos. En tal sentido, Maffesoli con toda su teorización sobre el Tribalismo Urbano consigue conceptualizar una dinámica social que no siendo de suyo moderna, tampoco evoca una trascendencia sino más bien un reacomodo.

Reacomodo de la forma en la que la gente dentro de una sociedad, vista como expresión de lo urbano, se identifica en relación a una simbología distinta a la prescrita en el ideario moderno. 

“De dónde eres” ya no va a ser tan importante como “dónde estás”,

Ahora bien, y ¿dónde estás? he ahí el asunto.

Es una obviedad el que el mundo de hoy no aparece como el tranquilo planeta que los estadistas pletóricos de optimismo vaticinaban luego del fin de la guerra fría, por el contrario, asistimos a un tiempo violento que vale la pena mirar como la continuación de los problemas no resueltos al final de la Segunda Guerra Mundial. Luego de los años noventa, pulverizado el muro de Berlín, derretido el metal de la cortina de hierro, parece que los materiales de ese par de estructuras simbólicas hubiesen sido reutilizados para erigir nuevas barreras y forjar armas para los nuevos conflictos, mejor dicho, nuevas armas para los mismos viejos conflictos.

Los balcanes, Chechenia, Crimea, Irak, Kurdistán, Afganistán, cachemira, la llamada Primavera Árabe, conflicto que dio origen a revueltas y guerras civiles en Túnez, Egipto, Libia, Siria. El continuado conflicto Palestino/Israelí, Ucrania, Tailandia… No son todos, falta África y su madeja de conflictos político/tribales. humanitarios y fronterizos, Colombia, las maras de Centroamérica, el hambre en el norte de México, la situación político/económica en Venezuela (por supuesto). Una de las características comunes de todos estos escenarios es la producción de desplazados, gente que se muda, queman sus naves y parten para huir de la violencia, la persecución, el  hambre o la falta de empleo y de oportunidades. 

Todo esto genera una reacción en los países receptores de aquellos desplazados. Así la describe Hopenhayn:

 ...a mayor afluencia de migrantes internacionales y fronterizos generan se –o reviven- la xenofobia y los prejuicios raciales en los países receptores, lo cual se exacerba si en estos últimos aumenta el desempleo y se hacen más deficitarios los servicios sociales básicos provistos por el Estado. Ante esta última situación, grandes contingentes de obreros poco calificados, jóvenes desocupados y dependientes de la subvención estatal, tienden a levantar chivos expiatorios para responsabilizarlos de su propia situación: los extranjeros que disputan puestos de trabajo y los beneficios sociales del Estado de Bienestar. Un nacionalismo reactivo comienza a verse en países industrializados frente a grupos étnicos de otros países que llegan, a su vez, expulsados de sus lugares de origen por falta de oportunidades, o bien porque a su vez se refugian de situaciones de guerra que han padecido en sus países de origen. Las acciones de los jóvenes pro-nazis en Alemania constituyen un triste ejemplo. Nuevos y viejos fanatismos adquieren grandes dimensiones y generan situaciones incontrolables en regiones enteras. Algunos de ellos se ejercen desde el propio Estado, y la consecuencia más dramática de ello en los últimos años es el conjunto de genocidios sufridos por Bosnia, Timor Oriental, Ruanda y Kosovo.

Entonces, la inefable Petra Laszlo tenía razón en patear a la pequeña niña siria. Digamos categóricamente ¡no! Apostemos por intentar entender el proceso más no por justificarlo. Qué debemos comprender de una reacción como la de esta mujer a la luz de un constante flujo de personas desplazadas las cuales acceden a países, por las razones antes expuestas y cuyas poblaciones autóctonas ya acarrean con las tiranteces de sus economías, sus dramas sociales y por supuesto, con la manipulación de las respectivas clases políticas internas.




Se puede aceptar que se potencia el resurgimiento de elementos propios de la discursividad moderna (tanto la explícita como la intertextual) tales como el nacionalismo, el derecho manifiesto a la propia tierra o el odio al diferente, al extranjero. Incluso podemos ir mucho más atrás, a la antigüedad de Aristóteles y su definición de Bárbaro, en parte el génesis propio de la mismidad occidental. El bárbaro no come pan, no siembra el trigo, no habla griego; por tanto no tiene derechos en la Ciudad-Estado, tampoco tiene derecho a surcar el Egeo de gratis, el bárbaro es bruto e innoble, por todo eso puede ser conquistado. El problema con esta idea del estagirita es que los persas pensaban exactamente lo mismo, y eran muchos más, lo que produjo unas cuantas guerras y cruces del Elesponto con sus subsecuentes arrases. 

Por todo esto, podemos entender la xenofobia como un reflejo socio/psicológico provocado por el temor de algunos a ser los próximos desplazados, incluso dentro de sus propias fronteras, arrimados y confinados a una sola habitación dentro de sus mismas casas, para decirlo con una metáfora inmobiliaria.

No obstante, aparece otro ingrediente en esta mezcla, el político; bien sabemos que el pensamiento conservador, sobre todo llevado a ultranza, consigue en elementos del discurso asociados al nacionalismo, el orgullo patrio, la distinción entre propio y ajeno, uno de sus anclajes más recurridos a la hora de granjearse adhesiones y simpatías. Así pues vemos personajes como Donald Trump, ese mal payaso, déspota y vulgar, pero sumamente rico, quien habla de expulsar a los latinos, a la vez, que culpa a los mexicanos y centroamericanos de las distorsiones económicas y los problemas de inseguridad de los EEUU. 

Sin embargo el problema no sería que un millonario bufonesco saliera diciendo estupideces por Internet,  televisión y prensa, descargando culpas propias en otras personas y ofreciendo una ingente deportación de niveles bíblicos como solución a los males de Norteamérica, el problema es que ese sujeto por un buen rato ha liderado las encuestas del partido Republicano. Lo que es muestra del calado de ese discurso, es decir que muchos estadounidenses comparten ese pensar y por tanto, coinciden en que quien accede a su país es prácticamente un invasor, tal como lo plantea Cioran a continuación:

Es equivocado hacerse del exiliado una imagen del que abdica, se retira y se oculta, resignado a sus miserias, a su condición de desecho. Al observarlo se descubre en él un ambicioso, un decepcionado agresivo, un amargado que, además es un conquistador. Cuando más desposeídos estamos más se exacerban nuestros apetitos y nuestras ilusiones. Pg.55

Cuesta creer que la niña a quien Petra Laszlo daba de patadas, o el bebé ahogado en las costas turcas sean unos conquistadores, pero ¿acaso no son los refugiados sirios en masa, a pesar de ser víctimas de un conflicto bélico, también los causantes de un cambio importante en la dinámica social de los países donde finalmente se instalan?

Y si cambiamos de escenario y ahora hablamos de la reacción de muchos panameños en torno al desplazamiento de miles de venezolanos a ese territorio, éstos (los venezolanos) no llegan en balsas ni cruzan una frontera así como el gobierno de dicho país forzó a los indocumentados colombianos de manera brutal, muy xenofóbica por cierto, a trasegar las ocres aguas del río fronterizo con sus objetos de valor sobre los hombros. Los venezolanos que volaron en masa a Panamá en gran medida trasladaron sus cuentas bancarias, bienes, negocios, mano de obra calificada y tuvieron/tienen una incidencia obvia en la prosperidad de aquel país. 

Sin embargo, todo pareciera estar sujeto a un delgado equilibrio, y el rechazo sólo debía ser alimentado por un cambio de gobierno y con éste, la estimulación del discurso nacionalista  que grita “Panamá es de los panameños” para que hoy sea lugar común, tal vez con algo de razón el decir de muchos canaleros, que los venezolanos ya son demasiados, que no solo se van los buenos y que éstos al llegar, sí se comportan como esos conquistadores de los que nos habla  Cioran.

Por tanto, resulta difícil asumir que la xenofobia aparece como un mero y espontáneo odio a lo diferente, tal vez sea la reacción visceral y  al tiempo, estimulada de acuerdo a intereses de turno, ante una compleja situación de acomodos demográficos y culturales que acaecen en el mundo.

Eso lo saben bien algunos gobernantes, y ya que hablamos de bufones, cuando Nicolás Maduro decretó la expulsión de los colombianos de las ciudades adyacentes a la frontera común, las acciones detestables puestas en práctica por fuerzas militares venezolanas estaban respaldadas por un discurso que culpabilizaba a los indocumentados de la escasez reinante en el país, del tráfico y de la inestabilidad interna. 

Meses después, vale acotar, de la brutalización de esas personas, todos los elementos de nuestra crisis social aun están, incluso más agudos y profundos. Lo que emprendió el gobierno de Maduro con su acción xenofóbica impostada y artificiosa, fue como de costumbre intentar desviar la atención de la población de los asuntos que son responsabilidad del Estado, pero eso ya es parte de nuestra cotidianidad política.


¿Dónde vamos?

Con los recientes atentados terroristas de París, una nueva oleada de odio xenófobo se cierne sobre los pueblos árabes (esto puede alcanzar a todos los inmigrantes), ya bastante desprestigiados por los discursos aglutinadores y reduccionistas que equiparan a pueblos enteros con las detestables prácticas de algunos grupos cuya intención política se sirve de la religión, la raza, las diferencias y la propia xenofobia para, tanto afianzarse y dominar a la población que hegemoniza, como para expandirse en una guerra espiral que vuelve siempre sobre sí en episodios de ataque y contraataque sin que haya más perdedor que los civiles tanto de aquí como de allá.

En torno a esto, es posible argumentar que el asunto del terrorismo poco o nada tiene que ver con la religión desde una perspectiva esencialista, tal cual lo deja ver Zizek cuando dice:

Los yihadistas sufren una falta de convicción religiosa, pues necesitan demostrar su poder y tienen miedo de los no creyentes. Si fueran firmes en sus ideas, no tendrían que sentirse amenazados.  

También el irascible escritor Arturo Pérez-Reverte apunta en esa dirección cuando afirma:

 La forma en que el Islam radical impone su ley es la coacción: qué dirán de uno en la calle, el barrio, la mezquita donde el cura señala y ordena mano dura para la mujer, recato en las hijas, desprecio hacia el homosexual, etcétera. Detalles menores unos, más graves que otros, que constituyen el conjunto de comportamientos por los que un ciudadano será aprobado por la comunidad que ese cura controla. 

El asunto se agrava cuando el religioso en cuestión porta un Kalashnikov y un cinturón de granadas. 

Esto puede dejar claro que el apartamiento, violento o simbólico de aquellos incluso de comportamiento distinto dentro de la propia sociedad a la que pertenecen, puede formar parte de una práctica de poder, de las bien descritas por Foucault, con la cual se segrega a quienes, aun siendo parte de un conglomerado social no se ajustan a la norma impuesta por los que mandan. Si la norma es odiar, el que no odie pasa a ser odiado.

Con lo dicho, pareciera que estamos entrampados, una vez más, pues aun viendo a la xenofobia como una reacción “comprensible” la gran pregunta de aquí al futuro sería pues ¿a dónde vamos? No parece que a ese mundo cosmopolita y de multietnicidad, de tolerancia y alteridades que planteaba el discurso postmo de los años noventa, quizás hemos vuelto como es nuestra más humana costumbre a nuclearnos dentro de las viejas corazas del orgullo nacional, las gestas de los proceratos autóctonos, el odio al imperio invasor, la defensa de los arcaísmos asociados a la tradición y a la PATRIA! 

No sé por qué esto me suena familiar.



REFERENCIAS


Baudrillard, La transparencia del mal.
Cioran, La tentación de existir.
Foucault, Vigilar y castigar.
Hopenhayn, El reto de las identidades y la multiculturalidad.
Pérez-Reverte, Sobre idiotas, velos e imanes.
Zizek, El Estado Islámico ¿sólo se trata de religión?





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