miércoles, 4 de noviembre de 2015

BANDONEÓN

Rara, caprichosa, cruel. La vida en su sinuosa voluntad, de cumbres y abismos, de cambios de timón.
 
Esa vida, a veces nos encuentra en esquinas oscuras, empapadas de tristeza y al doblarlas, una luz tenue va marcando una ruta a la sonrisa, a la tímida palidez de una alegría pequeña; vuelve luego al miedo, al vértigo, a la ausencia. De ahí, a la dicha, al orgasmo, al sueño.
 
Ciclos de amor y de añoranza nos envuelven los días, ganas sumergidas en otras ganas. Conspiraciones de recuerdos precedentes de miedos paralizantes sucedidos por días en que somos el Superhombre de Nietzsche o el supermán de los cómics y las jugueterías, o el héroe de alguien y el malo de los cuentos de aquellos que nos odian.
 
Se estira y encoge la vida, a veces lenta, armoniosa y acompasada como la cópula de unos amantes que se aman, otras veces rauda y violenta como el sexo de unos amantes que se odian.
 
Ayer pasé por una de esas esquinas, la que enfrenta las calles Adiós y Desolación. Me llevaron mis pasos; como siempre en casos similares, enmudecí. Estaba ahí parado impávido de cara a la tristeza, plantado a metros de un afecto queriendo partir, en la retirada de los caballeros.
 
Frente a la marcha, la única marcha, la del único adiós, un adiós sin ventana ni pañuelos, uno sin hasta pronto. Y mientras, a mi me lloviznaban los recuerdos, se me hacían aguacero, me resbalaba en ellos, mirando los adoquines perderse en la penumbra absorbente de un pasado recién nacido.
 
Mudo, impávido, inútil como suele pasarme en esos casos, ahí estaba yo pensando en un tango, en un bandoneón soltando su influjo de ecos permanentes que van y vienen desde las esquinas más lóbregas del puerto de aguas densas donde zarpan las emociones sublimes, los quejidos, los gemidos, las palabras de amor y el amor silente de los transeúntes y el amor a gritos de las candilejas y el amor infamante de las siluetas.
 
 
Illich.

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