“En la posada del fracaso,
donde no hay consuelo ni
ascensor”
Ese
quejido de años con el que Sabina nos ha contado del extravío, mejor, del
despojo de un mes, el robo de su abril. Esas palabras que salen ásperas,
como de piso rústico, como de tormenta con truenos, clamando por un mes.
A
nosotros nos han robado veinte años, veinte abriles, con sus mayos y junios, y
sus diciembres. Nos han robado hasta el suelo, lo vamos cambiando por suelos
que pisamos ajenos, suelos de otros, meses y años migratorios. Extranjeros en
suelo ajeno, ajenos en nuestro propio suelo.
Ajenos
de vida, amenazados de muerte en cadena nacional, caminamos al trabajo con una
pistola apuntando a nuestra frente, esquivando balas, sobornando a los días,
rogando por uno más, por un día, también robado, asesinado sin nacer siquiera.
Especulando el precio de la respiración, despidiendo amigos, desalojados de
cualquier lugar, untados de miedo, bañados en terror de Estado. Presos a cielo
abierto, breves y eternos, con la mirada puesta en ningún sitio, cuales Miranda en la Carraca.
Sabina
ignora quién le ha robado el mes de abril, nosotros al contrario, conocemos muy
bien a los ladrones, a los estraperlistas, a los Boves, los Pedro Navaja, a los
mucho peores que éstos, los ladrones del tiempo, de los abriles, con sus mayos
y junios, y todos sus momentos. Asesinos del tiempo.
Illich
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