sábado, 29 de agosto de 2015

GRIETA.


Mujer dormida-Marcial Plaza Ferrand (1876-1948)
Dime sobre los resquicios,
qué hubo de las inundaciones
y todo lo limpio que dejaron tras de sí.

Dónde se fueron a ocultar los tentadores de las sombras.
Hoy hay muchos hombres sin fachada
y mujeres con vestido largo...

Pero las almas, fueron barridas por una ola de tiempo,
encimandas como lonas mugrientas de cubrir cuerpos sin huellas en sus manos.

¡Anda! dime sobre los resquicios,
donde medran los ácaros comedores de recuerdos.
Caminan desde lo oscuro con sus patas incontables y van volviendo todo polvo.

Luego regresan a las rendijas
a los pliegues de la memoria
esperando se apaguen las linternas y la casa quede sola.

Una mente amoblada de cosas que ocurrieron
ahí es donde gustan volver
para ejercer su oficio de lenta demolición.


Illich.

miércoles, 26 de agosto de 2015

INFERNAL, NIVEL DANTE.

Mapa del infierno - Sandro Botticelli
I


“Dantesco” es un adjetivo que suele emplear para caracterizar algo  trágico de enormes dimensiones; es decir, una catástrofe, un escándalo, alguna epidemia, una multitud en estampida, por ejemplo. De ahí que no esté bien llamar dantesco a un evento u objeto grandilocuente pero a su vez, digamos, bueno. No calificamos de tal forma a una chica de gran belleza, pues, al menos quedaría contradictorio decir “María Lucía tiene una belleza dantesca”. A no ser que María Lucía tenga algo en su persona muy grande y que aparezca disonante, grotesco. De ese ser el caso, pudiésemos decir “María Lucía tiene un… unos pies dantescos, calza 45!”
Por supuesto, el referido adjetivo proviene de la evocación a Dante Alighieri, autor de la Divina comedia, y en los diccionarios aparece refiriendo algo horroroso, abrumador, sobrecogedor, aplastante. Pues, de esta forma el florentino Dante describe al detalle el infierno y sus diversos niveles, los sufrimientos, castigos y condenas que los pecadores sufren en este inframundo flamígero, sulfuroso y terriblemente hostil.



Imagen tomada de Gobovisión.com



II

Dantesco pues, es vivir en Venezuela, la de hoy, de los días en curso; es aplastante, horroroso, atemorizante, complicado, agobiante, subhumano, infernal, patético, abrupto, infamante, prosaico, maledicente, sofocante, inicuo, cruel…Con esto no digo nada nuevo, tampoco es de mi interés conseguirle la novedad a todo este desastre de proporciones épicas que nos ha tocado enfrentar y padecer.


Habiendo visto, como muchos lo han hecho, a cientos de personas cruzando un río, una frontera, con sus cosas más preciadas, con sus camas a cuesta, con sus mascotas. Tirados al río, mojando sus vidas en la vergüenza de haber sido corridos de un país por la única razón de que cuando nuestro gobierno busca excusas para maquillar los efectos de su calamitosa obra, esas excusas arrastran con vidas, con personas, con inocentes, niños. Este gobierno que solo sabe de dar dolor, de hacer doler.


Luego de enfrentar esas imágenes y que éstas solo puedan compararse en mi mente con las de Siria, Angola, Grecia, Haití, etc. me ratifico que lo que nos ocurre es dantesco. Es que si ya las colas por comida, medicinas, enseres, los dramas hospitalario, educativo y delincuencial, de hecho hacían inmediata la analogía de nuestro país con uno viviendo los días subsiguientes a un desastre natural, un terremoto o una inundación, tal vez. Al punto de la náusea se llega al ver fotografías de casas marcadas, militares pateando puertas, niños llorando, alambres de púas, armas largas, artillería, gente huyendo.


Todas estas imágenes de inmediato diseminan en mi mente la idea de que estamos atrapados en una zona bélica donde el enemigo a combatir somos nosotros los civiles, una ciudadanía que perdió su país.  La condición de indocumentados de los hoy vulnerados hermanos colombianos es solo la excusa de turno para estos perversos que igual emplean tácticas fascistas, nazis o estalinistas, en eso son bien pragmáticos y flexibles, no les importa de qué echar mano con tal de amedrentar y subsumir a la población, como no les ha importado instalar un apartheid político, no les tiembla el pulso para entrar a los barrios matando un día y sobornando al día siguiente.
El infierno - Huys




III

Hoy en el supermercado, donde las colas salíandel establecimiento como gusanos gigantescos brotando de un absurdo cuerpo muerto, entre empujones y gritos me encontré a una señora, la mamá de un amigo, chavista ella, se quejaba indignada de los “bachaqueros” diciéndome que  por culpa de éstos la gente decente no podía comprar los productos que había. La miré, asentí, me despedí y seguí mi camino, con las manos vacías, por cierto.


Cuanta cortedad la de algunas personas, no se dan cuenta o no quieren aceptar que los “bachaqueros” de hoy, los “raspacupos” de hace menos de un año, los latifundistas, la burguesía parasitaria, El Imperio, entre tantos otros son los símbolos escogidos a su vez y en su turno por el gobierno para desviar la atención Más aun, son aristas de los problemas que el propio régimen ha creado, como el caso de los llamados “raspacupos” quienes como los “bachaqueros” no  nacieron por generación espontánea, son el producto de la implementación y profundización de un modelo socioeconómico pueril, infame, inútil.


Por todo esto, si dantesca es la catástrofe que nos derrumba como sociedad, dantesca es la desmemoria, la indolencia, el resentimiento de muchos de nuestros connacionales, es  una indolencia enorme y horrorosa, una indolencia que duele.




Illich.

miércoles, 19 de agosto de 2015

ESCAFANDRA


Desperté en medio de la noche repitiendo mentalmente la palabra “escafandra”, no es la primera vez que esto me ocurre, ya me había sorprendido en la oscuridad diciendo una y otra vez las palabras “helicoidal”, “sortilegio”, “performativo”, “yesca”, “dugong” “discrecionalidad”, “lija”, entre otras que tal vez no recuerde ahora, lo cierto es que no era la primera vez que me ocurría.

Como cosa común en todas las ocasiones en las que una de estas palabras me corta de súbito el descanso, no recuerdo haber estado soñando nada; nada que involucre el término en cuestión. Se trata símplemente de despertar con la palabra atorada en algún lugar entre la mente y la voz, y sentir la imperiosa necesidad de nombrarla, de hacerla salir convertida en sonido, con esto tal vez hacerla realidad, hacerla real al escucharla decir por mis labios.

Otro rasgo de esta situación es que al día siguiente, y en lo sucesivo, me descubro repitiendo en voz queda aquella palabra que no se si soñé o si pensé. Porque se supone que un sueño y un pensamiento no son la misma cosa, soñar, se sueña dormido, mientras pensar es un acto consciente, de gente despierta pues.

Lo cierto es que cuando me descubrí diciendo “escafandra” ya me había despertado, venía de estar dormido y no recuerdo haber estado soñando con alguna escafandra o con algo que se le asemeje.

Las escafandras son las máscaras de los primeros buzos a profundidad, aquellas que asemejaban el casco de un astronauta, pero en aquel tiempo, para cuando se utilizaban las escafandras, aun no existían los astronautas, por lo que en ese momento un objeto de este tipo ha debido ser la cosa más rara y exótica del mundo.

Un buzo con escafandra era un tipo que se introducía en un pesado traje que lo halaba de inmediato al fondo del mar, donde en lugar de nadar como los buzos de ahora, debía caminar por el fondo marino, conectado a una manguera de oxígeno la cual estaba sujeta a la parte superior del casco y a otra cuerda por la que sería subido a la cubierta de su barco no más hubiese terminado su misión, o si algo salía mal. También el buceador tenía una segunda cuerda con la cual hacía sonar una campana para que éste fuese izado en el momento que lo solicitara.

Los buzos con escafandra solían enfermar y morir por condiciones asociadas a la presión del agua, toneladas métricas de líquido pesando sobre sus cuerpos que, sin ayuda de sus rudimentarios equipos, solían ver como sus huesos se torcían, sus tímpanos se rompían y la vista se les dañaba con el tiempo. No obstante, debió haber sido una aventura extraordinaria la de embutirse en uno de estos aparatosos trajes y explorar las profundidades marinas cuando no había otra forma de hacerlo y menos aun, alguna forma de registrar lo que en esa profundidad ignota y misteriosa podía advertirse.

Debo aclarar que todo lo que sé sobre el buceo con escafandra lo he aprendido en la televisión, cuando era niño solía mirar los documentales de Jacques Cousteau, quien fue el primer francés del que tuve alguna referencia. Incluso antes de conocer a Antoine de Saint Exupéry, ya yo era amigo de Jacques Cousteau quien me llevaba al fondo de los mares a bordo de su  barco El Calypso. En sus documentales Cousteau hablaba con su acento galo del inicio del buceo, de los buzos a pulmón de Hawaii y de unas sacerdotisas japonesas que pescaban abalones en el fondo marino, para tal fin esta mujeres se hacían un traje con tela blanca con el que se sumergían en las aguas heladas de una de las miles de islas del archipiélago nipón.

Por supuesto, a finales del siglo XIX y principios del XX, el buceo con escafandra generó un salto importante en la forma como la humanidad extendió una vez más sus fronteras, esta vez, hacia la oscuridad y el frío del fondo del mar.

Pero qué tiene que ver todo esto con que yo esté hablando sobre este tema, yo que vivo a dos horas del mar, que no he pasado del snorkeling más amateur, que tengo años que no veo documentales de Jacques Cousteau y que tengo mucho de haber visto la peli de Cuba Gooding Jr  y Robert De Niro (Men of Honor) la cual era sobre aquellos años del buceo con escafandra.

Tal vez todo sea un ejercicio mental, nada más para decir varias veces esa palabra y montarla sobre un andamiaje de significación, una forma de buscarle la vuelta lógica al simple hecho de que a cierta hora de la noche me desperté y de inmediato algo me impulsó a decir la palabra “escafandra”, tal y como otras veces me levanté diciendo helicoidal, sortilegio… etc. Tampoco creo que “escafandra” sea la última palabra que me despertará y luego estaré repitiendo por días en voz bajita para que no me escuchen, ni me pregunten por qué digo “escafandra”, “yesca” o “dougong”. Ya el asunto no lo siento extraño porque hace rato que me ocurre, en decir, el que las palabras me asalten y se me queden impresas en la mente es algo que ya vive conmigo.

¿A ustedes no les pasa?

Illich.

viernes, 14 de agosto de 2015

JOE.



Catorce años tenía mi amigo Joe sin venir a Venezuela, se fue cuando irse del país aún no estaba “de moda”. Eso se puede decir de otra manera; se fue cuando Chávez apenas tenía unos pocos años en el poder y todo era expectativa de cambios...

Luego del saludo y las palabras que se dicen dos amigos que contaron catorce años sin haberse visto, Joe  soltó: “¡Jamás me imaginé que esto estuviera así!” Lo impresionaba la suciedad de las calles, el monte alto en la autopista, lo anticuado del parque automotor. Es decir, lo poco que había podido ver en el trayecto que transcurre entre Maiquetía y Maracay ya lo había golpeado dejándole una sensación de malestar y muchas interrogantes sobre lo que se dice afuera sobre nuestra situación ya resueltas. Todo esto, en las pocas imágenes que había captado en sus breves horas en el país.

Sentí pena, lo que me dio vergüenza fue el hecho de que yo me haya acostumbrado a la suciedad de las calles, al monte alto, a la antigüedad de los vehículos que andan por la calle, que eso se haya convertido en mi normalidad. De inmediato pensé que solo con una breve vista Joe ya tenía una imagen de Venezuela  en la que no solo las cosas se estancaron, sino que ese estancamiento sumió a todo en el deterioro del tiempo, del tiempo sin que pase nada, al menos, nada bueno.

La conversación cambió de rumbo, tornó hacia la afabilidad que proponía el encuentro, sin embargo todo fue breve y con la promesa de vernos más largo, Joe tomó su camino y yo fui a hacer mis cosas. Cuando manejaba hacia mi próximo lugar de destino (La casa de mi mamá) iba fijándome en las cosas, las palabras de Joe me sonaban en la mente, y yo veía entonces los autos más deteriorados, veía más basura, me enfrentaba a imágenes de aceras rotas, postes inclinados, indigentes, perros atropellados, más basura…

Joe no vino a abrirme los ojos, al menos eso no es lo que andaba buscando, su intención al volver a Venezuela era la de visitar a su familia y arreglar unos papeles.  Él, mi pana de la infancia, de tantos años, solo me contó lo que vio, lo peor es que eso y más es lo que yo veo todos los días y se me hace cotidianidad. Eso y más es lo que hace que hoy ciertamente sean cientos de miles los que se marchan, ahora sí por esas y otras razones, todas ligadas al estancamiento, al atraso, al peligro que nos ha regalado la revolución que nos avasalla desde hace casi dos décadas. (En realidad iba a escribir LA MALPARÍA REVOLUCIÓN ESA!)

Joe no había tenido tiempo de ver a la gente haciendo colas por comida, ni el caos que impera en los supermercados cuando llega cualquier cosa de lo que no hay, él no se había sentado aún con un periódico a lastimarse el alma con la cifra de muertos de un fin de semana, no había tenido tiempo (menos mal) de necesitar algún servicio de El Estado… Sin embargo en sus ojos advertí decepción, peor aún, advertí  mi decepción, mi impotencia. No obstante, él solo se quedaría diez días, entonces me alegré de que así fuera.

Luego de sus breves palabras, vi más basura. Vi a gente saltando bolsas de basura para seguir su camino o para abordar un bus… Es impresionante, a nosotros como sociedad (como pueblo) nos han traído hasta los umbrales de lo infrahumano, nos han humillado colectivamente y a cada uno como individuo, nos hemos tenido que calar a un presidente que baila el mismo día que sus fuerzas han asesinado estudiantes, hemos visto gente morir de mengua y enfermedades otrora erradicadas, nos hemos tenido que acostumbrar al robo de elecciones, a que la trampa vale si la hacen los rojos, a que un corrupto le diga corrupto a otro por televisión y después se abracen en otro programa y luego de eso, nada pase.

Hemos visto ultrajar a nuestro país, regalar nuestros recursos para encumbrar aliados en el poder en otras latitudes. En nuestras narices se han dedicado a quebrar nuestras empresas, expropiar, amenazar, destruir, carcomer, corroer, perseguir, torturar, difamar, y lo más tenebroso es que con todo eso  cargamos a diario sobre nuestros hombros, intentando ignorar esa pesadez, haciéndonos los impertérritos, porque resulta que ya hasta quejarse es visto como una vana inversión de tiempo y energía.

¿Qué le podía decir a Joe? ¿qué me dije a mi cuando manejaba y vi más monte que nunca, más retroceso social que todos los días? Podía intentar una salida optimista, “tranquilo mi pana, esto ya se va a acabar”. Podía optar por el irritante pesimismo, “chamo, esto se lo llevó quien lo trajo”. Podía quedarme callado mascullando mi rabia, conduciendo hasta casa de mi madre, donde al llegar escucharía sus historias de escasez, sus historias que son mi historia y la de los que van a leer esto, pero afortunadamente, no la de Joe.

Illich.

lunes, 3 de agosto de 2015

A PIÉ DE PÁGINA



Si se lee por placer; se ama, odia, se es seducido y se combate con gente que tal vez existió o quizás son solo los delirios de un autor que nos convierte en delirantes de su imaginario. En partícipes de su planeta onírico.

Nos hacemos viajantes por senderos de fuga, habitantes de mundos tempranos o futuros, y probamos sabores que estando sin jamás haber estado nos embriagan de un ensueño del cual la realidad es incapaz.

En mi caso, suelo ser vecino de los Buendía, dialogo con Hesse y Kafka a cada rato, intento de vez en cuando salvar a Ana Karenina, cuando no estoy felizmente perdido en la casa de Asterión. Otras veces me sumerjo en los ojos de Berenice o escucho de Agustina lo que sus voces le susurran.

Me he estrellado en un desierto y visto vaciar mi provisión de agua por un pequeño sediento que me reta a dibujarle una cabra, la cabra perfecta. He intentado escapes y huidas, naufragios, erotìas. Luchando en batallas, y cabalgando en un enjuto jamelgo vi a un caballero que se parecía a mis abuelos, a todos los abuelos.

Sólo al leer, creo en fantasmas, en apariciones, en la magia, en los dioses, la humanidad, en dragones y que existen los finales. Leer es quizá mi única forma de creer en algo, incluso mandando al carajo la realidad y su contexto físico, su materia impenetrable, sus leyes, sus tribunales y sus alcabalas.

Sólo por esos multiversos de letras se surfea por regiones plenas de anomalías e ilógicas sin que esto nos cueste la vida, o para decirlo con más precisión, esa parte bufa de la vida en la que no leemos.



Illich.