viernes, 14 de agosto de 2015

JOE.



Catorce años tenía mi amigo Joe sin venir a Venezuela, se fue cuando irse del país aún no estaba “de moda”. Eso se puede decir de otra manera; se fue cuando Chávez apenas tenía unos pocos años en el poder y todo era expectativa de cambios...

Luego del saludo y las palabras que se dicen dos amigos que contaron catorce años sin haberse visto, Joe  soltó: “¡Jamás me imaginé que esto estuviera así!” Lo impresionaba la suciedad de las calles, el monte alto en la autopista, lo anticuado del parque automotor. Es decir, lo poco que había podido ver en el trayecto que transcurre entre Maiquetía y Maracay ya lo había golpeado dejándole una sensación de malestar y muchas interrogantes sobre lo que se dice afuera sobre nuestra situación ya resueltas. Todo esto, en las pocas imágenes que había captado en sus breves horas en el país.

Sentí pena, lo que me dio vergüenza fue el hecho de que yo me haya acostumbrado a la suciedad de las calles, al monte alto, a la antigüedad de los vehículos que andan por la calle, que eso se haya convertido en mi normalidad. De inmediato pensé que solo con una breve vista Joe ya tenía una imagen de Venezuela  en la que no solo las cosas se estancaron, sino que ese estancamiento sumió a todo en el deterioro del tiempo, del tiempo sin que pase nada, al menos, nada bueno.

La conversación cambió de rumbo, tornó hacia la afabilidad que proponía el encuentro, sin embargo todo fue breve y con la promesa de vernos más largo, Joe tomó su camino y yo fui a hacer mis cosas. Cuando manejaba hacia mi próximo lugar de destino (La casa de mi mamá) iba fijándome en las cosas, las palabras de Joe me sonaban en la mente, y yo veía entonces los autos más deteriorados, veía más basura, me enfrentaba a imágenes de aceras rotas, postes inclinados, indigentes, perros atropellados, más basura…

Joe no vino a abrirme los ojos, al menos eso no es lo que andaba buscando, su intención al volver a Venezuela era la de visitar a su familia y arreglar unos papeles.  Él, mi pana de la infancia, de tantos años, solo me contó lo que vio, lo peor es que eso y más es lo que yo veo todos los días y se me hace cotidianidad. Eso y más es lo que hace que hoy ciertamente sean cientos de miles los que se marchan, ahora sí por esas y otras razones, todas ligadas al estancamiento, al atraso, al peligro que nos ha regalado la revolución que nos avasalla desde hace casi dos décadas. (En realidad iba a escribir LA MALPARÍA REVOLUCIÓN ESA!)

Joe no había tenido tiempo de ver a la gente haciendo colas por comida, ni el caos que impera en los supermercados cuando llega cualquier cosa de lo que no hay, él no se había sentado aún con un periódico a lastimarse el alma con la cifra de muertos de un fin de semana, no había tenido tiempo (menos mal) de necesitar algún servicio de El Estado… Sin embargo en sus ojos advertí decepción, peor aún, advertí  mi decepción, mi impotencia. No obstante, él solo se quedaría diez días, entonces me alegré de que así fuera.

Luego de sus breves palabras, vi más basura. Vi a gente saltando bolsas de basura para seguir su camino o para abordar un bus… Es impresionante, a nosotros como sociedad (como pueblo) nos han traído hasta los umbrales de lo infrahumano, nos han humillado colectivamente y a cada uno como individuo, nos hemos tenido que calar a un presidente que baila el mismo día que sus fuerzas han asesinado estudiantes, hemos visto gente morir de mengua y enfermedades otrora erradicadas, nos hemos tenido que acostumbrar al robo de elecciones, a que la trampa vale si la hacen los rojos, a que un corrupto le diga corrupto a otro por televisión y después se abracen en otro programa y luego de eso, nada pase.

Hemos visto ultrajar a nuestro país, regalar nuestros recursos para encumbrar aliados en el poder en otras latitudes. En nuestras narices se han dedicado a quebrar nuestras empresas, expropiar, amenazar, destruir, carcomer, corroer, perseguir, torturar, difamar, y lo más tenebroso es que con todo eso  cargamos a diario sobre nuestros hombros, intentando ignorar esa pesadez, haciéndonos los impertérritos, porque resulta que ya hasta quejarse es visto como una vana inversión de tiempo y energía.

¿Qué le podía decir a Joe? ¿qué me dije a mi cuando manejaba y vi más monte que nunca, más retroceso social que todos los días? Podía intentar una salida optimista, “tranquilo mi pana, esto ya se va a acabar”. Podía optar por el irritante pesimismo, “chamo, esto se lo llevó quien lo trajo”. Podía quedarme callado mascullando mi rabia, conduciendo hasta casa de mi madre, donde al llegar escucharía sus historias de escasez, sus historias que son mi historia y la de los que van a leer esto, pero afortunadamente, no la de Joe.

Illich.

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