miércoles, 19 de agosto de 2015

ESCAFANDRA


Desperté en medio de la noche repitiendo mentalmente la palabra “escafandra”, no es la primera vez que esto me ocurre, ya me había sorprendido en la oscuridad diciendo una y otra vez las palabras “helicoidal”, “sortilegio”, “performativo”, “yesca”, “dugong” “discrecionalidad”, “lija”, entre otras que tal vez no recuerde ahora, lo cierto es que no era la primera vez que me ocurría.

Como cosa común en todas las ocasiones en las que una de estas palabras me corta de súbito el descanso, no recuerdo haber estado soñando nada; nada que involucre el término en cuestión. Se trata símplemente de despertar con la palabra atorada en algún lugar entre la mente y la voz, y sentir la imperiosa necesidad de nombrarla, de hacerla salir convertida en sonido, con esto tal vez hacerla realidad, hacerla real al escucharla decir por mis labios.

Otro rasgo de esta situación es que al día siguiente, y en lo sucesivo, me descubro repitiendo en voz queda aquella palabra que no se si soñé o si pensé. Porque se supone que un sueño y un pensamiento no son la misma cosa, soñar, se sueña dormido, mientras pensar es un acto consciente, de gente despierta pues.

Lo cierto es que cuando me descubrí diciendo “escafandra” ya me había despertado, venía de estar dormido y no recuerdo haber estado soñando con alguna escafandra o con algo que se le asemeje.

Las escafandras son las máscaras de los primeros buzos a profundidad, aquellas que asemejaban el casco de un astronauta, pero en aquel tiempo, para cuando se utilizaban las escafandras, aun no existían los astronautas, por lo que en ese momento un objeto de este tipo ha debido ser la cosa más rara y exótica del mundo.

Un buzo con escafandra era un tipo que se introducía en un pesado traje que lo halaba de inmediato al fondo del mar, donde en lugar de nadar como los buzos de ahora, debía caminar por el fondo marino, conectado a una manguera de oxígeno la cual estaba sujeta a la parte superior del casco y a otra cuerda por la que sería subido a la cubierta de su barco no más hubiese terminado su misión, o si algo salía mal. También el buceador tenía una segunda cuerda con la cual hacía sonar una campana para que éste fuese izado en el momento que lo solicitara.

Los buzos con escafandra solían enfermar y morir por condiciones asociadas a la presión del agua, toneladas métricas de líquido pesando sobre sus cuerpos que, sin ayuda de sus rudimentarios equipos, solían ver como sus huesos se torcían, sus tímpanos se rompían y la vista se les dañaba con el tiempo. No obstante, debió haber sido una aventura extraordinaria la de embutirse en uno de estos aparatosos trajes y explorar las profundidades marinas cuando no había otra forma de hacerlo y menos aun, alguna forma de registrar lo que en esa profundidad ignota y misteriosa podía advertirse.

Debo aclarar que todo lo que sé sobre el buceo con escafandra lo he aprendido en la televisión, cuando era niño solía mirar los documentales de Jacques Cousteau, quien fue el primer francés del que tuve alguna referencia. Incluso antes de conocer a Antoine de Saint Exupéry, ya yo era amigo de Jacques Cousteau quien me llevaba al fondo de los mares a bordo de su  barco El Calypso. En sus documentales Cousteau hablaba con su acento galo del inicio del buceo, de los buzos a pulmón de Hawaii y de unas sacerdotisas japonesas que pescaban abalones en el fondo marino, para tal fin esta mujeres se hacían un traje con tela blanca con el que se sumergían en las aguas heladas de una de las miles de islas del archipiélago nipón.

Por supuesto, a finales del siglo XIX y principios del XX, el buceo con escafandra generó un salto importante en la forma como la humanidad extendió una vez más sus fronteras, esta vez, hacia la oscuridad y el frío del fondo del mar.

Pero qué tiene que ver todo esto con que yo esté hablando sobre este tema, yo que vivo a dos horas del mar, que no he pasado del snorkeling más amateur, que tengo años que no veo documentales de Jacques Cousteau y que tengo mucho de haber visto la peli de Cuba Gooding Jr  y Robert De Niro (Men of Honor) la cual era sobre aquellos años del buceo con escafandra.

Tal vez todo sea un ejercicio mental, nada más para decir varias veces esa palabra y montarla sobre un andamiaje de significación, una forma de buscarle la vuelta lógica al simple hecho de que a cierta hora de la noche me desperté y de inmediato algo me impulsó a decir la palabra “escafandra”, tal y como otras veces me levanté diciendo helicoidal, sortilegio… etc. Tampoco creo que “escafandra” sea la última palabra que me despertará y luego estaré repitiendo por días en voz bajita para que no me escuchen, ni me pregunten por qué digo “escafandra”, “yesca” o “dougong”. Ya el asunto no lo siento extraño porque hace rato que me ocurre, en decir, el que las palabras me asalten y se me queden impresas en la mente es algo que ya vive conmigo.

¿A ustedes no les pasa?

Illich.

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